Por: David Conde
Escuché por primera vez el nombre de Donald Trump durante la era de la Liga de Fútbol de los Estados Unidos (USFL) y el equipo Denver Gold. Durante esos años (1983-1986), la primavera y el verano jugando Denver Gold creció en estatura y se convirtió rápidamente en el favorito de muchos fanáticos de los deportes en la región.
Luego llegó Donald Trump para quitarle esa alegría cuando el entonces propietario de los New Jersey Generals, no satisfecho con ser parte de la “otra liga”, encabezó una demanda antimonopolio para obligar a los equipos de la USFL a ingresar a la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL). Irónicamente, la operación fue un éxito, pero el paciente murió cuando el veredicto de un dólar llevó a la USFL a cancelar el juego y perdimos el Denver Gold.
En los años 90 tuve la oportunidad de ver el programa de radio de Howard Stern ofrecido en la televisión tardía y observé algunas de sus entrevistas de Trump tratando principalmente con mujeres. Además, hubo mucha publicidad sobre su vida personal, los casinos y las quiebras que se derivaron de esa participación.
En ese momento, se estaban desarrollando profundas divisiones sociales y políticas en el panorama estadounidense. Los tonos raciales de las diferencias se hicieron muy evidentes con la elección y la presidencia de Barack Obama.
Sin embargo, muchas personas, incluyéndome a mí, nos sorprendimos al ver a Trump emerger como el candidato republicano basado en esa división racial. De hecho, fue su ataque a la comunidad latina lo que formó la base de una campaña que aprovechó la brecha racial cada vez mayor causada por un cambio inminente en la demografía de la mayoría/ minoría y un cambio potencial en la dinámica política.
Su presidencia marcó el comienzo de los conceptos de elecciones amañadas, hechos alternativos y demostró la inclusión de actividades de potencias extranjeras para corromper nuestra democracia. Además, el presidente Trump buscó gobernar por elección personal en lugar de por las instituciones constitucionalmente aprobadas establecidas para hacer cumplir la ley.
Sus acciones como presidente dieron lugar a dos juicios políticos. El primero del 18 de diciembre del 2019 incluía dos artículos de juicio político: abuso de poder y obstrucción al Congreso. En el cargo de abuso de poder, fue acusado de “solicitar interferencia extranjera en las elecciones del 2020”. El cargo decía que “retuvo la ayuda militar y una invitación a la Casa Blanca al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky para influir en Ucrania para que anunciara una investigación sobre el oponente político de Trump, Joe Biden, y para promover una teoría de conspiración desacreditada de que Ucrania, no Rusia, estaba detrás de la interferencia en las elecciones presidenciales del 2016”. El cargo de obstrucción del Congreso provino de su esfuerzo por evitar que los testigos dieran testimonio sobre el tema.
El segundo juicio político fechado el 13 de enero del 2021 fue por “incitación a la insurrección”. Fue juzgado por la Cámara de Representantes por el ataque al Capitolio del 6 de enero del 2021 diseñado para evitar la aprobación formal del Congreso de la elección de Joe Biden como presidente. Aunque el ex-presidente Trump no fue condenado en el Senado de los Estados Unidos en ambos juicios de destitución, se integró un comité selecto de la Cámara para investigar más a fondo y proponer formas de prevenir este tipo de acciones en el futuro.
La primera audiencia pública celebrada el lunes 9 de junio ofreció testimonios contundentes, incluso de su propia familia y personal, de una conducta delictiva muy grave por parte del ex-presidente. Se han programado seis audiencias más que pueden dar lugar a una remisión al Departamento de Justicia para la acusación y el enjuiciamiento.
Donald Trump es uno de los tres presidentes que han sido acusados por el Congreso. Ninguno fue condenado.
Sin embargo, el ex-presidente Trump puede enfrentar más, incluida una acusación penal referida y un juicio en un tribunal federal. Esto representa un momento bajo en la historia estadounidense.
