El 31 de marzo es el Día de César Chávez.
El movimiento de trabajadores agrícolas que dirigió fue paralelo a parte del Movimiento Chicano de los años 60 y 70. La diferencia obvia entre los dos era que los activistas chicanos estaban ubicados en gran medida en comunidades urbanas, mientras que el trabajo de Chávez se centró en las granjas y huertos de la América rural.
Además, aunque ambos movimientos basaron sus actividades en la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, especialmente en lo que se refiere a la libertad de expresión, reunión y derecho a solicitar reparación, sus objetivos diferían un poco ya que los chicanos buscaban restablecer el espacio que la historia había dado a su pueblo mientras el movimiento de trabajadores agrícolas luchaba por ser reconocido como parte integral de las instituciones laborales estadounidenses.
Tuve el privilegio de conocer a César Chávez varias veces durante mi carrera en la educación superior. Inicialmente, me vi envuelto en el entusiasmo creado por los esfuerzos para organizar a los trabajadores agrícolas migrantes en el sur de California, que fue seguido por boicots de uva y lechuga que llevaron al reconocimiento de United Farm Workers of America, liderado por Chávez, como su agente negociador.
Posteriormente, Chávez visitó varias veces el campus de MSUD como parte de una campaña para generar apoyo para mejorar las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores agrícolas en los campos.
Su mirada humilde y sin pretensiones mientras hablaba de las necesidades de esta comunidad me recordó a mi abuelo explicando a dónde íbamos a ir y la distancia que teníamos que recorrer para llegar a los siguientes campos.
Hasta mi adolescencia como trabajador migrante, mi vida abarcaba todas esas experiencias que César Chávez luchaba por remediar.
El principal de ellos eran los días muy calurosos y el trabajo que incluía las hileras de algodón de un cuarto de milla que teníamos que ir y regresar antes de nuestro próximo trago de agua.
El norte de Texas a fines del otoño en lugares como las granjas alrededor de la ciudad de Ballinger fue particularmente memorable por las terribles condiciones de vida que pusieron a prueba todos los conceptos de resistencia. Nunca he olvidado la noche en que una lagartija salió del frío y se metió en el cabello de mi hermana y luego mi padre la sacó con unas tenazas.
Recuerdos como ese siempre me hicieron tener sen- timientos contradictorios en torno a Chávez porque, por un lado, estaba asombrado de estar frente a este gran hombre, pero por el otro, sentía una incomodidad extrema por los recuerdos que surgían en mí en su presencia. Estoy seguro de que vivió el mismo tipo de historia, pero sin embargo, la empujó para convertirse en la voz heroica del trabajador agrícola.
Mi última parada en mi carrera de educación superior fue la Universidad de Carolina del Este, que se encuentra en el centro de vastos campos agrícolas. Una de mis primeras empresas fue visitar a los trabajadores agrícolas migrantes de la zona. Los encontramos viviendo en remolques destar- talados, una habitación por familia. Recuerdo el barro en el camino a las puertas principales que estaba hasta los tobillos.
Mientras hablábamos con la gente de allí, me di cuenta de que las cosas no habían cambiado mucho desde que nuestra familia viajó por el sur y el medio oeste viviendo en condiciones similares hace unos 60 años. Recordé las pal- abras de César Chávez mientras desarrollábamos un plan de acción para ayudar a aquellos que trabajan duro para poner comida en nuestra mesa.
César Chávez tuvo ese efecto en todos nosotros. Estoy agradecido por su presencia en nuestras vidas.
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