Nunca es fácil decirle adiós a un padre, amigo querido o una persona que haya dejado una marca imborrable en una o varias vidas. La temporada festiva, en la que nos encontramos hoy, a veces sirve para duplicar nuestro dolor. Por eso se nos aconseja apaciguarlo con una memoria clara y duradera de cómo la persona era especial. David Mejia era esa persona.
El señor Mejia, como miles de estudiantes de la West High School lo conocía a través de los años, falleció el 20 de noviembre justo cuando llegaban los días festivos y 11 días antes de su cumpleaños número 94. Murió en el mismo hogar de Park Hill que él y su famil- ia habían compartido por décadas. Pero, como una piedrita lanzada a un charco genera círculos sin fin, la marca del Sr. Mejia perdura.
El legado se halla sin equivocación en los 13 niños que él y su esposa, Ophelia, criaron. Dentro del esquema están también sus 52 nietos, dijo James Mejia, cuyo nombre se reconoce fácilmente en Denver.
Arraigado firmamente a su propia vida y el mismo ahora un padre, el niño Mejia piensa en el arco de la vida de su padre; el joven, el marinero, el esposo, el maestro, el mentor y, sobre todo, el padre, cada parte segmentada como las facetas de una joya.
“Era un hombre fuerte,” dijo Mejia. “Si les preguntara a mis hermanos, le dirían lo mismo.” Honestamente era un poco “duro en el trato.” Pero eso es de entender, se rió Mejia, “con 13 niños.”
Pero el ser duro no es ser cruel. Eso, su padre no lo era. El Sr. Mejia, dijo, siempre tenía tiempo para cada uno de sus hijos como también para los muchos amigos que vivían cerca. Tenía un punto blando para los niños, especialmente los “niños que procuraban mejorar sus vidas.” Eso implicaba involucrarse en muchas actividades tanto en la escuela como fuera. Mejia dijo que su padre era entrenador en más que unos cuantos deportes.
“Recuerdo haber crecido jugando al fútbol americano, básquetbol, hockey callejero…siempre estábamos fuera durante el verano,” recordaba Mejia. El equipo Mejia llegaba “juntos y salíamos juntos.” La rutina era un edicto mandado por el Sr. Mejia. “Fue una manera fantástica de crecer.”
No es de sorprender que todos los hijos Mejia fueron a universidad y todos menos dos obtuvieron su diploma, incluyendo un par que recibieron su doctorado. Con o sin diploma todos han tenido carreras exitosas. Algunos ha seguido a su padre con carreras en educación, otros en finanzas o con su propia empresa. Uno, hermano Rob, es un profesor de cannabis en una universidad ubicada en la costa este. Su hermana, Teresa, falleció. Ella tenía su doctorado en la consultoría empresarial. Un grupo ecléctico y sabio sin duda.
Mejia, un egresado de Notre Dame, dice que siempre se encuentra con gente que le dice como el Sr. Mejia les tocó la vida. “Me enorgullezco de su impacto.” Claro, no todos los hijos tiene la misma reseña. “Pero el 95 por ciento son buenas reseñas.”
Eran los años 50 cuando el Sr. Mejia asistía la University of Northern Colorado, en ese entonces Colorado State College, en Greeley. También era una época en la que los latinos era literal y figurativamente menores en el campus. Es también donde conoció a la joven Ophelia Garcia, la mujer que llegaba a ser su esposa y compañera por vida.
Enseñar era mucho más que un trabajo para el Sr. Mejia. El era, según su hijo, un alumno por vida y siempre curioso. “No hay duda.” El la West High, donde pasó la mayor parte de su carrera, él enseñaba estudios socials, historia y la historia chicana. Curiosamente, dijo Mejia, aunque ense- ñaba la historia chicana, era difícil que se involucrara en los derechos civiles.” La educación y el aprendizaje por vida eran su respaldo y mantra consistente.
Mejia se maravilla de como, con tanto niños, sus padres mantenían un balance entre sus hijos y sus vidas person- ales. Tener tanto niños, dijo, puede ser caro. “Mis padres,” rió, tenían una destreza indescriptible de utilizar todos sus recursos.” Cenar juntos en la casa era casi mandatario. “No salíamos a comer…y compartíamos todo lo que teníamos, aunque se molestaban nuestro hermanos mayores.”
Mejia ha trazado su propia marca por la ciudad. Ha servido como presidente de la Cámara de Comercio Hispana de Denver, desempeñado un papel vital en la administración del alcalde Wellington Webb, incluyendo la construcción de una cárcel nueva y también llevó a cabo una campaña no exitosa para alcalde de Denver. Aunque allí quedó corto, dice que aprecia más el que su papá viviera para ver su subida.
A medida que examina el arco de su propia vida, Mejia celebra al hombre y padre que lo hizo posible. “Para mi, era mi ejemplo en tantas cosas,” dijo Mejia. “El es quien pasaba tiempo conmigo y que me involucraba en las cosas que he logrado. Me habilitaron mis padres.”
Aun cuando se paraba la vida de su padre, Mejia no podía sin reflejar en esos días en que jugaban al fútbol o el tenis o cualquier deporte que hubiera sido con una versión más joven de su papá. El momento de comparar y contrastar, dijo, puede crear un pozo de emociones.
“Cuando tienes a un hombre gigantesco, tan adepto física y mentalmente,” pausa, “cuando eso desvanece y los ves en una silla de ruedas y en su lecho, hay que procesarlo.”
La pérdida se va, como nos sucede a todos. Así es como funciona la vida. Pero prevalecen las memorias de los Mejia, una docena de hermanos y los 52 hijos. Estos días festivos van a ser un desafío emocional, uno de los Mejia reconoce rotundamente. Cada uno de los hermanos comparten su propio recuerdo de una vida bien realizada.
Una misa memorial para David Mejia se llevará a cabo el 11 de diciembre a las 10 a.m. en Denver’s Blessed Sacramente Church, 4900 Monteview Boulevard. En lugar de flores, la familia ha pedido una donación al nombre de David Mejia se depare al DPS Supplemental Benefits Program a cargo de DPS Acoma Campus, 1617 S. Acoma Street, Denver, CO 80223.