Cumplí 18 años durante el comienzo del primer mandato del presidente John Kennedy. No pude votar por él porque, aunque estaba en el ejército, no tenía la edad suficiente.
Dos años después, el presidente llegó a Wiesbaden, Alemania, como parte internacional de su campaña para las actividades de reelección. Fue un momento de gran entusiasmo.
Recuerdo haber ido al centro con amigos para verlo hablar. Su helicóptero aterrizó frente al césped del Hotel Amelia Earhart donde estábamos y frente al Hotel Von Steuben.
Mientras el presidente bajaba del helicóptero, uno de mis compañeros de habitación, “Fish” (lo llamábamos Fish porque siempre olía mal incluso cuando usaba mucho desodorante), levantó un cartel que decía “AU H20,” que significaba Goldwater cuando se deletreaba. Barry Goldwater era un mayor general retirado de la Fuerza Aérea, senador de los Estados Unidos por Arizona y candidato republicano a la presidencia.
Kennedy lo asimiló todo mientras señalaba el cartel y se reía. Pensamos que nos estaba mirando hasta que volvimos a mirar el cartel.
Un día después, el 26 de junio de 1963, el presidente John F. Kennedy pronunció en Berlín aquella épica presentación que se escuchó en todo el mundo y que se conoce como el discurso “Ich bin ein Berliner.” Era el período de la Guerra Fría y el presidente, un héroe militar de la Segunda Guerra Mundial se enfrentaba a las amenazas de la Unión Soviética.
Anhelaba votar por primera vez, así como votar por la reelección del presidente. Sin embargo, menos de cinco meses después fue asesinado en una calle de Dallas.
El vacío creado por el deseo de emitir mi primer voto por mi héroe adolescente nunca ha desaparecido. Había una singularidad en ese hombre que es difícil de explicar, salvo decir que forma parte de su grandeza.
Dados los tiempos sociales y políticos en los que vivimos hoy, no sé si un tipo como Kennedy podría llegar a la cima de nuestro liderazgo nacional. Sin embargo, sé que la puerta de la oportunidad para que eso suceda debe mantenerse abierta.
Aquí es donde nuestro concepto de democracia constitucional se vuelve primordial para que nuestro sistema político funcione y para que el voto de cada individuo elegible sea emitido y protegido. Se trata de las primeras palabras de la Constitución: “Nosotros, el pueblo…”
Es el poder del pueblo lo que hace que nuestra democracia funcione. En la raíz de ese poder está la simple acción de llenar un formulario que expresa nuestras opciones políticas. Si no lo hacemos, básicamente estamos dejando que otros tomen decisiones críticas sobre nuestras vidas, nuestra comunidad, nuestra cultura y nuestro futuro.
El presidente Abraham Lincoln lo expresó mejor en el Discurso de Gettysburg cuando termina el discurso diciendo: “y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparezca de la tierra.”
En el momento de ese discurso, Estados Unidos todavía estaba en peligro real de perder la Guerra Civil ante la Confederación. En nuestra época, todavía no estamos lidiando con un conflicto armado, sino con una contienda entre la democracia, donde el voto es esencial, y la autocracia, donde se pierde la libertad.
En lugar de quejarnos o aplaudir, debemos tratar de resolver los problemas en las urnas. Si nos gusta lo que está pasando, podemos votar para que continúe.
Si no nos gusta algo, podemos votar para cambiarlo. Como le gusta decir al expresidente Obama: “No abuchees, vota.”
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