Recientemente, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenskyy, fue a la Casa Blanca para trabajar en un acuerdo con el presidente Trump para continuar el apoyo de Estados Unidos a la independencia y soberanía de Ucrania frente a una invasión rusa que ya ha superado la marca de los tres años.
La visita se convirtió en un drama televisado en el que Zelenskyy fue rodeado, sufrió un ataque con guantes y una pelea a gritos iniciada por el presidente estadounidense y su gente, que lo acusaron de ser desagradecido.
Fue un caso clásico de hacer lo que se debe y culpar al contrario. Gran parte de ese tipo de teatro también se está desempeñando en las relaciones comerciales con Canadá y México.
Canadá y México son los dos principales socios comerciales de Estados Unidos, así como miembros del acuerdo comercial Estados Unidos-Canadá-México (USMC), diseñado para competir con bloques económicos rivales en el mundo.
Trump ha impuesto un arancel del 25 por ciento a todos los productos procedentes de Canadá y México como sanción por la entrada de inmigrantes indocumentados y drogas ilícitas a los Estados Unidos. El presidente estadounidense también ha nombrado oficialmente a los cárteles de la droga ubicados en México como organizaciones terroristas.
En ninguna parte de la posición declarada sobre el tráfico de drogas hay un reconocimiento de la responsabilidad estadounidense por esta epidemia. El teatro actual sobre este tema suena y se parece más al dicho: “el diablo me obligó a hacerlo”.
Cuando era niño, escuché muchas historias sobre la era de la Prohibición en el Valle del Río Grande en el sur de Texas. Una que se me quedó grabada fue la de una persona que dijo que estuvo involucrado en el suministro de un gran cargamento de mezcal y habanero a un grupo de personas influyentes que iban a celebrar una fiesta de Año Nuevo en un hotel en Corpus Christi, Texas.
Era un cargamento muy grande que tuvo que ser transportado en un barco improvisado a través del Río Grande y luego en camión fuera del Valle hasta Corpus. Los dispositivos de seguridad organizados por las personas que hicieron el pedido permitieron que el camión viajara a plena luz del día hasta su destino.
¿Quién es el culpable de la compra y el transporte del licor, de la gran fiesta de Año Nuevo en el hotel y del dinero pagado por tal extravagancia? En algún momento, el juego de culpas tiene que cerrarse.
Un estudio de investigación realizado en 2023 estimó que el número de consumidores de drogas ilícitas era de casi 60 millones. Cuando se les pregunta a los estadounidenses quién es el culpable de nuestra epidemia de consumo de drogas, el 29 por ciento lo atribuye al adicto, el 19 por ciento al médico, el 18 por ciento no lo sabe y el 15 por ciento a la industria farmacéutica.
La evidencia muestra que hay mucha culpa para repartir en este país. No necesitamos buscar culpables fuera de nuestras fronteras.
La 18.ª Enmienda a la Constitución promulgada en 1919 condujo al desarrollo de una poderosa y violenta industria de contrabando de licores con la corrupción generalizada de nuestros funcionarios públicos como subproducto. Hoy, el dinero generado por los consumidores de drogas estadounidenses financia a los cárteles de la droga y a la corrupción pública similar a la de la Prohibición.
En lugar de llevar la lucha a otros países del otro lado de nuestras fronteras, deberíamos estar abordando la cuestión de por qué tantos millones de estadounidenses aman tanto las drogas que están dispuestos a financiar una industria que solo puede conducir a la destrucción del país.
Culpar a otros por nuestras propias deficiencias es un gran teatro político. Donald Trump se presentó y ganó, en parte, gracias a esto.
Sin embargo, ese problema se originó en nosotros. Nos corresponde mirarnos en el espejo.
Las opiniones expresadas por David Conde no son necesariamente los puntos de vista de LaVozColorado. Comentarios y respuestas se pueden dirigir a News@lavozcolorado.com
