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Las muchas y diferentes caras de una Madre

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David Conde, Consultor Senior de Programas Internacionales

El Día de la Madre confirma la actitud de ver a nuestras madres como una presencia cotidiana o recordarlas como un retrato del bien. Olvidamos que ha sido una relación en evolución que ha tenido mucho que ver con nuestro propio éxito o fracaso en nuestros intentos de crecer para conver- tirnos en adultos exitosos.

Asumimos con razón la imagen de mamá con lo que es bueno y lo que merece ser defendido ha sido una visión constante a lo largo de nuestras vidas. Lo que no solemos pensar, como hijos e hijas, es que somos nosotros los que hemos cambiado activamente durante diferentes segmentos de nuestras vidas y que es eso lo que ha afectado la relación.

Hubo un momento un sábado en un pueblo de Ohio cuando mi padre se enojó tanto que estuvo a punto de golpearme. Esa mañana había tenido muchos problemas para arrancar un Ford Modelo T de la granja y cuando llegamos a la ciudad, nos dijo que no apagáramos el motor.

Pero la curiosidad de un niño de 3 años se apoderó de mí y encontré la manera de apagar el motor. Cuando mi padre estaba a punto de hacer algo, mi madre me agarró y yo me aferré a ella para protegerme.

Aunque papá me azotó solo una vez en mi vida, fue esa amenaza de castigo ese día lo que más recuerdo. En ese momento, vi a mi madre como un manto de protección y como un escudo de conspiración para escapar de lo obvio. Estaba claro que mi visión del mundo cuando era un niño pequeño era la misma que la de mi madre. Estaba íntimamente ligado a cómo ella reaccionaba a las cosas y cómo hacía que su visión fuera real para mí.

Al mismo tiempo, estoy convencido de que lo que pasó en ese pueblo de Ohio ese sábado por la mañana fue la expresión de una mini-rebelión tan común entre los niños de 3 años. Después de eso, mi madre se convirtió en mi protectora y disciplinaria que se encargaba de enseñar y castigar a mis hermanos y a mí cada vez que hacíamos algo malo ante sus ojos.

La infancia es una época muy ocupada en el aprendizaje de una nueva realidad mundial de los libros, la escuela y el aula que se suma a la enseñanza que realizan los padres, en especial la madre. En mi caso, mamá me enseñó a leer y escribir en inglés y español antes de ingresar a la escuela.

Luego viene la adolescencia y la prolongada lucha por crecer. Es un momento en el que la identidad propia y tomar el control de la propia vida es esencial pero no es posible porque ese poder aún recae en los padres.

En esta etapa de mi vida, había desarrollado un profundo amor por el baloncesto y, sin embargo, mamá no me permitía quedarme después de la escuela para practicar. Me tomó mucho tiempo encontrar una manera de sortear este obstáculo.

En la escuela de posgrado, estudié Psicología Analítica como preparación para mi tesis y descubrí que la adolescencia es un período de rebelión contra uno mismo, pero más importante aún contra los padres porque simbólicamente se interponen en el camino para convertirse en un adulto sano. En mi vida adolescente, hubo momentos en que vi a mamá como el enemigo y un “monstruo” que no me dejaba ser yo.

Estaba rodeado de muros en la escuela, muros en casa y un muro de pobreza del que no podía escapar. Encontré la verdadera lucha de la vida. Entré en el ejército a la edad de 17 años. Con el tiempo me di cuenta de cuánto extrañaba a mamá y esos muros que habían sido durante mucho tiempo mi protección.

Las opiniones expresadas por David Conde no son necesariamente los puntos de vista de la Voz bilingüe. Comentarios y respuestas se pueden dirigir a news@lavozcolorado.com

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