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Los inmigrantes latinos, chivas expiatorias de nuestro momento

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David Conde, Consultor Senior de Programas Internacionales

Desde las llegadas de los primeros inmigrantes europeos a nuestras costas orientes, ha existido una tendencia para los que hayan estado aquí un buen rato de “nativizar” su estatus a costo de los que llegaran después. La religión, el idioma, la cultura y la raza son las razones inventadas para negar a los recién llegados las promesas de América.

Hay families con historias inmigratorias que excluyen a sus antepasados de otros países simplemente para diferenciarse de los recién llegados. Al mismo tiempo, los inmigrantes han seguido arribando a pesar de cómo sean recibidos para seguir construyendo la maravilla que es nuestro país.

La carretera US 79 en medio de Texas pasa por un pueblito llamado Hearne. En las granjas cerca de ese pueblito se estableció nuestra familia. Después de años en la corriente de trabajadores agrícolas la familia escogió vivir específicamente por el tramo de 16 millas que conecta Hearne y la US 79 con la carretera 21 de Texas que era la calle Old San Antonio y el Camino Real español durante el periodo colonial.

Por ese tramo están las granjas previamente adueñadas por las familias de periodos inmigratorios previos como las Schantz, Neglassos y Catropias. Fueron sus granjas y campos de algodón que los obreros agrícolas cultivaban y labraban. Adicionalmente los granjeros contrataban a los trabajadores agrícolas mexicanos conocidos como ‘braceros’. Originalmente los contrataban como parte de un acuerdo entre México y los Estados Unidos para aliviar la escasez de trabajadores agrícolas durante la segunda guerra mundial.

Los braceros representaban mi primer contacto con la comunidad inmigrante. Recuerdo que como niño tra- bajaba al lado de los braceros en el campo.

Recuerdo que iba a los lugares donde vivían, los miraba cocinar y me quedaba para comer. Recuerdo las tortillas deliciosas con su color amarillento gracias a la cantidad de grasa que agregaban a la harina y masa para hacerlas.

A medida que crecía, los braceros moldeaban el contexto de mi vista mundial asociada con los inmigrantes. La imagen del trabajo duro, el idioma, la cultura, las tradiciones y la dedicación a su país adoptado ha permanecido conmigo.

También presencié la desconexión entre las familias inmigrantes, en su mayoría de México, y la ley, gracias a cupo límite que dejaba muchos en las afueras. Esto creó una atmósfera de prejuicio que dividió la nación y la comunidad latina.

Exacerbando el asunto fue la llegada de inmigrantes cubanos que vinieron para reclamar asilo como resultado del regimen comunista de Fidel Castro. Su ruta a la liber- tad en su país natal era muy difícil, pero relativamente fácil una vez que se las ingeniaron para pisar arena estadounidense.

Lo opuesto fue la realidad para inmigrantes mexicanos. La disparidad creó un resentimiento profundo particularmente de parte de los Chicanos que persiste hoy día. La ironía es que el asilo ofrecido a los cubanos que los liberó del regimen comunista de Castro sea menos accesible hoy día para los que intentan refugiarse de dictadores opresivos como es el caso de Venezuela.

Las reglas están cambiando para ellos mayormente debido al temor que cada inmigrante latino represente otro clavo en ataúd de una mayoría que está en el proceso de hacerse la minoría.

Hay una falta de comprensión de la mayoría que para cada inmigrante, hacerse un americano es el galardón dorado de sus aspiraciones.

Siempre ha sido el caso. La norma persiste. El pasado inmigratorio de América también es su futuro.

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